Me lo habían advertido. Pero nunca pensé que fuera tan
pronto. Un mañana escuche a mi bebé hacer ruidos en su cuna. Eran unos silenciosos
balbuceos. Me sorprendió que no se levantara llorando exigiendo “Su lechita”.
Me asomé discretamente sin que se diera cuenta y percibí todo en completo
orden.
Entonces me di la media vuelta y me dispuse aprovechar esos preciados
minutos de paz que mi hijo me había regalado. Me serví una taza de té y admire
la mañana. ¡Era un gran día! Soy una madre estupenda pensé, ahora mi hijo ha
dejado de ser un ser incivilizado y
ha decidido premiar a su “mamita” con un
tiempo de relax.
Conforme los minutos pasaron el sospechosismo se apodero de mí. Algo no estaba bien. ¿Dónde estaban los gritos matinales? ¿Dónde había quedado la insensatez de mi hijo
de un año de que un biberón no se prepara de forma instantánea? ¿Tan pronto
había aprendido que era de gente decente levantarse tranquilo y sin llanto por
las mañanas?
Me regañe y me avergoncé por pensar mal de mí retoño. Pero
la verdad es que no resistí la tentación de averiguar porque tanta paz y
tranquilidad así como así. Entre sombras
(La luz de su habitación estaba a obscuras ligeramente iluminada por un foco de
colores) vi algo que me llamo la atención. Debajo de su camiseta de piyama un
“dedito bailarín” se asomaba... NOOO! …No era un dedito bailarín! Era su PENE al descubierto!!!!. Pe… pe…pero… y
su pañal? (La noche anterior había olvidado ponerle su pantaloncito de
piyama) ¿Dónde estaba su pañal?...!!!
Corrí rápidamente y vi su zapeta en el otro extremo de la
cuna llena de una sustancia cafesosa, al tiempo que mi vástago sonreía y me estiraba su pequeña manita… Llena de CACA!.
Omitiré la parte en que describo el TERROR
y el ASCO que sentí. (Creo
innecesario obviar en los sentimientos de repulsión, ganas de vomitar, coraje y
risa que sentí de forma mezclada). Sólo diré que agradezco que el gusto
gastronómico de mi hijo no contemple al popo
como plato fuerte.
Lo que escribí al principio de este artículo era cierto. Me
lo habían advertido. Y sobre advertencia no hay engaño...Ni sorpresa… Mi
hermana quien tiene un hijo de dos años me contó como en ocasiones mi lindo
sobrino se había acercado a ella con la ternura en el rostro diciéndole “Toma mami. Un regalito para ti”. El
obsequio era nada más y nada menos que un trozo de excremento extraído directamente
del interior de su apestosísimo pañal. ¿Inocencia infantil o deliberada
crueldad? Nunca los sabremos...
Los niños exploran. Y entre su campo de exploración se
encuentra el interior de su zapeta. Son curiosos y aún no saben distinguir
entre lo malo y lo bueno. Lo peligroso y lo seguro. Lo insano y lo sano. Y lo
repulsivo que para sus madres representa el olor a excremento. Que importa si
sale de las puras y tiernas nalguitas de sus hijos. El excremento es excremento
y punto. No hay nada tierno en él.
Llevo más de 14 meses
limpiando su trasero y créanme
AúN NO ME RESIGNO! El olor a popo en ocasiones me hace querer vomitar. Contemplar los residuos de comida mezcladas
con el fétido olor a defecación tan cerca de mi nariz y mis ojos continúa
siendo un momento indescriptiblemente desagradable.
Pero como el hombre es un
animal de costumbres, confieso que estoy a punto de acostumbrarme, al grado que
después de un cambio de pañal puedo continuar deleitándome con un delicioso
mollete de frijoles cafesosos y refritos.
Se me antojó el mollete con cafecito...
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